viernes, 7 de agosto de 2015

Día 19, las historias felices duran poco y tienen final.

Escribo esto desde el avión de vuelta de París a Madrid. En la mañana cubana vimos alguna cosa sin importancia que habíamos olvidado. También nos metimos en internet (no hay novedades serias) y fuimos a darle una camiseta a la mujer que nos había invitado a los batidos. Era lo menos que podíamos hacer, aunque al parecer sí que buscaba interés, porque además de darnos la tarjeta de visita de una casa para hospedarse, nos preguntó si teníamos puros para vendernos.
 
Volviendo a casa nos encontramos con un chico con el que habíamos hablado hace dos días, que estaba trabajando en la construcción. Nos pidió un favor que a nosotros no nos costaba nada y a él le haría muy feliz. Nos pidió que le mandásemos un SMS a una amiga suya que se encontraba en España y con la que no podía comunicarse. Solo quería decirle que se encontraba bien y que esperaba verla pronto. Por supuesto que lo haremos.
 
En la casa descansamos un poco y bajamos a comer unas pizzas grasientas y deliciosas. Después de alimentarnos, volvimos a la casa a ducharnos. Nos despedimos de los caseros y fuimos al aeropuerto. En la misma casa habían gestionado la recogida y el traslado. Lamentablemente el coche no era un americano de los años 50, pero era un coche soviético de los años 80 que no merece ningún desprecio. Estuvimos hablando con el conductor, que nos contó cosas como que él estaba ahorrando para comprarse un coche de hace más de 100 años. Me parece increíble que esos coches todavía funcionen. Por ejemplo su coche llevaba un motor de 2012 y así, cambiándoles las piezas, les alargaban la vida.
 
Una vez en el aeropuerto, como había que matar el tiempo ya que habíamos llegado con tiempo de adelanto, hicimos cuentas para ver si todo estaba bien. Por fortuna hemos controlado bien los gastos y todo está apuntado sin errores.
 
El viaje en avión no fue tan agradable como podría haber sido, porque unas chicas españolas que iban sentadas delante no hacían nada más que reclinar sus asientos hasta estar casi tumbadas. Nos estaban molestando y se lo hacíamos saber, pero no cedían a pesar de todo. Ni siquiera en las comidas. Volví a ver otra vez Good bye Lenin!. Sentado a mi lado iba un hombre checo ya mayor. Como las bebidas en el vuelo estaban incluidas, él lo aprovechó bebiendo incontables cervezas. Al final acabó contándome la historia de la cerveza checa y su relación con Cuba mientras que su mujer, sentada detrás se avergonzaba de su comportamiento. La verdad es que no estaba haciendo nada malo.
 
Para el vuelo de París a Madrid no hemos tenido que esperar demasiado, porque llegamos con retraso del vuelo de La Habana. Se tuvo que desviar bastante debido a los huracanes.

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